Tengo un iWatch 3 desde hace seis meses. Desde entonces me ha acompañado, algunos días sí, otros no, en mi muñeca izquierda, conectado a mi iPhone, difundiendo sus alertas, mensajes y recordatorios. Lo he olvidado a veces durante días en su cargador, otras semanas lo he usado del tirón, como en los viejos tiempos en que usaba reloj de pulsera. Antes de que hubiera señales horarias, bueno, en todas partes.
Antes de tener un iWatch escribí un artículo sobre iWatches. Es el momento de analizar desde la práctica las reflexiones que me surgen tras su uso.
No quiero usarlo todo el rato
Un reloj tradicional solo da la hora. Como mucho, el día de la semana y el mes y poco más. El iWatch lo da todo: día, hora, mes, posición geográfica, temperaturas máximas y mínimas, frecuencia cardíaca… Eso en sí no está mal, pero es que además me habla todo el rato, recordándome cosas que también me recuerda el iPhone. Es, como decía el cómico Miguel Noguera, una especie de pequeño correveidile que repite lo que dice su hermano mayor, y eso a veces cansa un poco, por lo que me lo pongo solo cuando me apetece.
No me gusta la correa
Por muy suave que sea, sigue tratándose de una correa de plástico, que cuando llega el verano transpira más bien poco. No me extraña que el negocio esté en vender correas y no relojes.
Me preocupo más del ejercicio
Es verdad. Miro a cada hora si he cumplido los objetivos de quema de calorías. Y he descubierto que los fines de semana no me muevo casi nada. Probablemente la noción del ejercicio es el único hábito que ha creado mi iWatch. Lo cual es estupendo, claro. Pero después de varios días de uso, soy capaz de imaginar cuántas calorías he consumido en un día, por lo que la información del iWatch solo precisa con datos exactos lo que ya sé.
Las viejas costumbres tardan en morir
Curiosamente, aunque lo llevo puesto, a veces todavía saco el teléfono para comprobar la hora o los mensajes. Como si no me fiara de lo que va a decirme el reloj. Además, para responder un mensaje de WhatsApp con cierta extensión -más allá de un smiley o un OK pregenerado-, necesito el móvil. Así que, ¿para qué mirar dos dispositivos?
Vuelve locos a los niños
En Apple saben hacer las cosas para que toda la familia se enganche. Los smartwatches vienen con su buena ración de pantallas y temas de uso intuitivo que encantan a los chavales. Probablemente los hábitos digitales de la generación que ahora va a la guardería estén más que definidos.
Porque sí, es adictivo. Como cualquier elemento tecnológico, es modificable, aporta cantidad de información y luce bien. Nada que objetar a los incondicionales de los smartwatches. Solo que yo, que lo utilizo, sigo sin ser uno.