En el estado de alarma en que nos encontramos (a fecha en que esto se escribe y publica) se habla mucho de la situación académica de los niños. Cómo estudian, cómo aprenden, cómo se van a adaptar a los centros educativos. No se habla tanto de cómo lo están haciendo los profesores. Hemos hablado con una profesora de educación secundaria para que nos explique sus métodos para realizar su labor a distancia.
Elaine (nombre falso) trabaja en un centro concertado, aunque conoce a profesores de todos los ámbitos. Utiliza programas para comunicarse a distancia con sus compañeros: WhatsApp o, para ocasiones más complejas, Zoom, Skype o FaceTime.
Si antes de la pandemia Elaine no tenía horario de trabajo -tutorías hasta altas horas de la tarde, correos y mensajes de WhatsApp de padres y profesores las veinticuatro horas del día, corrección de exámenes y redacciones incluso en fines de semana-, ahora su disponibilidad es total, hasta el punto de que no sabe cuándo termina y empieza su jornada. Unas condiciones muy duras, agravadas por el reto de la organización de los centros educativos de manera cien por cien digital.
La educación a distancia, nos dice, tiene tres problemas: «Primero, los conocimientos de tecnología requeridos. Por parte de los alumnos y los de los padres. Los niños son nativos para los videojuegos, pero muchos no saben mandar un correo ni adjuntar un archivo. Apenas saben tareas de ofimática como usar el corrector gramatical. Esta carencia incluye a profesores: los de mayor edad ya en el pasado tenían problemas para adaptar sus métodos a los nuevos (pizarras digitales, por ejemplo) o para entender que los chicos aprenden mejor visualmente que con una pizarra en blanco y negro. Ahora se pierden con las nuevas tecnologías. Además, al trabajar desde casa, los profesores están poniendo sus propios dispositivos, que no tienen por qué compatibles con los programas.»
Las plataformas educativas son otro problema: «Las que funcionan no son gratuitas. Hay muchas diferentes y los profesores no usan la misma, lo cual es un caos para los alumnos. No se está unificando el trabajo. En algunos departamentos se organizan mejor que en otros, pero siempre depende del profesor y al final cada uno se busca la vida. Los públicos utilizan la plataforma de cada comunidad (EducaMadrid, en el caso de Madrid), pero funcionan regular, pues no tienen capacidad para almacenar tantos datos. Tampoco estaban previstos para situaciones como la actual y no se usaban demasiado hasta ahora. Nuestra plataforma educativa de referencia es Alexia y la seguimos utilizando como antes.»
El tercer problema es la Ley de Protección de Datos: «Muchas plataformas populares como ClassDojo, Kahoot! o Zoom, del que se ha hablado mucho para clases online, requieren que el alumno se registre. Los alumnos son menores de edad. Son los padres los que deben dar permiso pero, por la celeridad con que se ha hecho el cambio a lo digital, no siempre se ha respetado esto y no sabes a dónde van a parar los datos de los chicos. Se habla mucho de Zoom, pero esto pasa con cualquiera.»
«Google Cloud y Google Classroom funcionan muy bien: puedes subir material, puntuaciones, realizar examenes, citas con Hangouts... Es gratuito pero, a cambio, requiere un conocimiento previo. Y, como decía, está la cuestión de la privacidad, pues ellos se quedan con los datos. La seguridad de esos datos puede ser un problema, salvo que el colegio lo tuviera organizado previamente, como en nuestro caso, donde ya tenían creadas sus cuentas en una plataforma, y puedes confiar en que el trabajo será seguro. Pero la mayoría no lo tienen preparado. Ahí se nota la brecha digital.»
Una situación difícil para toda la comunidad educativa, que sin duda se complicará aún más cuando toque regresar a las aulas en condiciones de protección suficientes frente al virus. Seguiremos atentos a esta dura batalla.