Hace año y medio escribimos sobre los smartwatches, por entonces un negocio creciente y un dispositivos en expansión que no se había aún implantado en nuestras vidas.
¿Qué ha pasado desde aquel verano de 2014, en que hasta el rapero Will.I. Am, se lanzaba con su propio modelo de smartwatch? Pues que, al igual que las tablets, los relojes, de momento, gustan pero no enamoran. En las cuentas de Apple de 2015 se constató que es uno de sus gadgets que peor se vende, así que, ¿qué es lo que pasa con los smartwatches?
A su favor, los relojes tienen algunos puntos fuertes:
- Son pequeños. El que un objeto tan cómodo aporte tantas posibilidades es todo un logro. La tendencia a miniaturizar nuestro mundo –móviles en lugar de ordenadores, coches pequeños, gafas de realidad virtual cada vez más cómodas- los beneficia.
- Se llevan siempre consigo. Son consultables a cada momento. Y muy importante, resultan mucho más difíciles de perder y de robar.
- Inmediatez absoluta. Ver una notificación es aún más rápido que un teléfono: basta con girar la muñeca. Cuántas veces hemos perdido una llamada por rebuscar en el bolsillo o buscar el teléfono por toda la casa.
- La moda. Hay gente a la que le encanta llevarlos. Son un signo de prestigio y elegancia. Los relojes pueden generar aún más pasiones que un teléfono.
- Personalización. A algunas personas, llevar siempre el mismo reloj en la muñeca les aburre. Si eres de los que disfruta cambiando el fondo de escritorio de tu ordenador o del móvil, el cambiar cada día de pantalla del reloj puede ser muy divertido.
No obstante, se enfrentan a varios puntos flacos:
- Su minúscula pantalla. Imposible escribir, chatear, leer una web... Parece que todo debe reducirse a iconos o frases muy cortas.
- La resistencia del usuario. Hablar por teléfono es una necesidad, no un capricho. Llevar un reloj en la pulsera no es algo que nadie precise. Al fin y al cabo, casi cualquier aparato da la hora.
- De nuevo, la moda. Un reloj conlleva un simbolismo que para los más pragmáticos no significa nada. Lo mismo que genera filias, genera fobias o al menos, indiferencia.
- Fragilidad. Llevas una pieza de tecnología, a menudo cara, siempre a la vista. Hay veces en que a uno, por muchas razones, prefiere tener algo así guardado. Cualquiera se atrevería a hacer cantidad de cosas (ejercicio, natación, situaciones de riesgo) con un reloj barato pero no con un Apple Watch de cuatrocientos euros.
- No hacen nada que no permita un teléfono. El problema para un usuario no es adquirir nuevos productos o habituarse a ellos, sino sentir que necesitan algo. Si un dispositivo ya satisface esa demanda, ¿para qué repetir?
- Gama baja de aplicaciones en comparación con un teléfono. Seamos sinceros, con un móvil puedes hacer de todo. Desde consultar la posición de las constelaciones esta noche, consultar el periódico, hacer fotos o ver una película hasta enseñar a los niños a ir al baño. Un reloj no puede hacer ninguna de estas cosas. Para conseguirlo tendrá que recurrir a un nivel de abstracción muy elevado.
- La crisis. No es culpa de los relojes, pero la coyuntura económica no nos permite comprar todo lo que queremos. Los usuarios tienen que decidir, y es improbable que alguien escoja un reloj antes que un teléfono.
- Compiten con un precedente. Los móviles no competían con nada. Empezaban en terreno virgen. En la calle la única forma de llamar eran las viejas cabinas telefónicas, de funcionamiento dudoso cuanto menos. Los móviles revolucionaron eso. Los relojes, en cambio, caminan por terreno ocupado. Compiten con la idea clásica de reloj, donde modelos como el Rolex y la tecnología suiza habían logrado niveles de casi total perfección. Cuando hay una alternativa, aunque sea analógica, el público se divide. Lo mismo ha pasado con los ebooks, que no han desbancado al libro de papel, o el mp3 y el streaming, que convive con el vinilo.
- Saturación de mercado. En los inicios de los smartphones, las pocas cosas que buscaban la atención del consumidor digital quedaron pronto desfasadas, como los reproductores de mp3. Hoy el sector tecnológico doméstico es inabarcable: televisión inteligente, drones, tabletas, pulseras y las gafas de realidad virtual que quizá den la campanada como the next big thing. Hasta, ya puestos, y si la tecnología es lo tuyo, el coche eléctrico. Demasiadas opciones para que una sola se lleve el premio gordo.
- Tienen pocos accesorios. Piensa todo lo que puedes poner a tu móvil: fundas, carcasas, filtros, lentes y flashes para la cámara, auriculares, altavoces, palos de selfie, lupas, baterías externas, soporte para coche... ¿hace falta seguir? Todo eso genera adhesión hacia tu teléfono, ya que sientes que lo personalizas, que lo cuidas. Para un reloj, además de las correas, un protector de pantalla, quizás un soporte para guardarlo en casa, no hay demasiadas opciones.
Juguemos a las predicciones: ¿qué futuro podemos esperar para los smartwatches? En mi opinión, no van a desaparecer, pero tampoco conquistarán el mundo. Serán un objeto tecnológico opcional, que se adquiere o no según gustos, como una cámara de fotos o una pulsera que mide tu ritmo cardíaco.
El apoyarse en la moda y en las tendencias en el vestir los mantendrá como un negocio importante, desde luego, pero con diferencias respecto al móvil.
Los gadgets siempre serán artículos caros. Incluso de lujo, si hablamos de los que fabrica Apple. La clase media –cada vez más baja y menos media-, tendrá que decidir qué aparato necesita y de cuál puede prescindir. Ante esa disyuntiva, la gente, a corto-medio plazo, siempre preferirá un teléfono. La rápida obsolescencia de la tecnología, además, mantendrá a los usuarios pendientes de cuándo actualizar su teléfono, en lugar de comprar otro aparato, que quizá también tengan que renovar al cabo de dos o tres años.
No todo son malas noticias para los relojes. Las desventajas de esta lista son superables.
La diversidad del mercado y el abaratamiento constante de la tecnología puede beneficiarles. Al igual que con los libros y los discos, a la gente le gusta elegir. Y a quien un reloj analógico le deja frío, quizá uno digital le vuelva loco. Incluso sus pantallas pequeñas pueden convertirse en un punto fuerte. Además, las grandes compañías no pueden sobrevivir con las ventas de móviles. Para crecer tendrán que seguir mejorando el resto de gadgetes.
El habituarse a un nuevo modelo tampoco es tan difícil. Todo el primer mundo ha cambiado sus ordenadores de pantallas de veinte pulgadas por pequeños smartphones y se ha aprendido a reducir un mensaje a medidas tan mínimas como un tuit. Quizá reducir aún más el campo visual sea pedir mucho, pero si un haiku puede expresar en tres versos lo mismo que un largo poema, quizá los relojes superen también sus deficiencias. Sólo falta una mente maestra, con imaginación y grandes capacidades de marketing, que encuentre el camino. Los relojes necesitan su Steve Jobs.