En estos tiempos de pandemia todos necesitamos desconectar, aunque sea un momento, y mirar el lado bueno de la vida, como cantaban aquellos genios de la comedia.
Y de comedia vamos a hablar, pero también de ciencia y tecnología, como no podía ser de otra forma en nuestro blog. En concreto, de los premios anuales de ciencia más divertidos: los Ig Nobel.
Descubrí los Ig Nobel hace muchos años, cuando un amigo de la facultad me habló de un premio que le habían otorgado al investigador de unos pantalones explosivos. Lo explosivo en aquella conversación fue mi carcajada. Tenía que averiguar más acerca de ello. Desde entonces los he seguido cada año.
Los Ig Nobel son unos premios anuales que se llevan celebrando desde 1991 como actividad asociada a la revista Annals of Improbable Research (AIR), dirigidos ambos por Marc Abrahams. Se suelen entregar en octubre como antesala a los Nobel y premian los descubrimientos, experimentos, teorías o publicaciones más alocadas del mundo de la ciencia.
En los casi treinta años de Ig Nobel que llevamos, ha habido de todo. Desde un estudio estadístico sobre las probabilidades de que Gorbachov sea el Anticristo (premio de matemáticas de 1994) a la demostración de que es preferible que los políticos resuelvan sus diferencias a base de puñetazos en lugar de desencadenando una guerra mundial (premio de la paz 1995).
Los Ig Nobel suelen tratar de temas cercanos, como el de literatura de 1999 en que se explicaba en un artículo de seis páginas como preparar una taza de té, o el de medicina de 2001 en que se analizaban las posibles lesiones craneales debido a la caída de un coco.
Pero que nadie vaya a pensar que se trata de experimentos falsos o de bromas. Estos trabajos son totalmente reales y los conducen verdaderos científicos que, además de espíritu investigador, pueden alardear de tener un excelente sentido del humor, aunque para ellos lo primero es su trabajo. De hecho, la mayoría de investigadores solo se percatan de lo jocoso de su estudio cuando Abrahams les llama para comunicarles su nominación.
Más allá de la gracia, los Ig Nobel son una forma estupenda, más accesible y amena, de explicar la importancia de la ciencia. Entra mejor una noticia de los Ig Nobel que cuarenta charlas sesudas sobre la superioridad del método científico o del triunfo de la razón sobre el mito. Sin duda, las instituciones científicas son conscientes de ello. No en vano, muchos de estos trabajos los dirigen universidades, centros médicos y demás organismos oficiales de todo el mundo. Durante muchos años, el célebre MIT auspició la ceremonia de entrega de premios, que muchas veces presentan ganadores de premios Nobel. Es más, algún caso se ha dado de ganadores de ambos premios, Nobel e Ig Nobel, como el físico Andéi Gueim.
También habría que destacar el esfuerzo y abnegación de los científicos premiados. Desde luego, un científico que permite que una abeja le pique tres veces en el pene, se merece todo nuestro apoyo.
Qué se puede decir, también, de doctores como Robert A. López, que extrajo ácaros de las orejas de unos gatos para insertarlas en sus propios oídos, o el fallecido John Mainstone, que condujo durante 52 años el experimento de la caída de las gotas de una masa de brea, experimento reconocido como el más longevo de la historia: han caído ocho gotas en casi cien años. La novena se espera para 2028, más o menos. Estaremos atentos a tan impactante acontecimiento.
España también ha tenido su ración de científicos premiados. Gracias a ellos podemos presumir de tener patentada una máquina automática de lavado de perros, o demostrada científicamente la imposibilidad de las ratas de comprender el holandés o el japonés hablados al revés. Larga vida a la ciencia.
Foto de portada: Jeff Dlouhy