En los ratos libres –escasos, por suerte- que nos deja el trabajo de desarrollo, siempre tratamos de aprender algo nuevo. Ese algo es últimamente la gamificación, esa teoría que propone introducir dinámicas de juego en contextos no lúdicos para el desarrollo personal y profesional.
En el fondo, no es más que una teorización estructurada de un comportamiento habitual en nuestra vida. Muy a menudo enseñamos a nuestros hijos a través de juegos. Replicamos las costumbres que deseamos implantar en un niño a través de juegos de rol, para que él luego las repita en la vida real. A través de la imitación y la empatía, el pequeño practica cómo ser responsable y relacionarse con el mundo. Cuando le “premiamos” con un aplauso o una alabanza por hacerlo bien, reforzamos el comportamiento.
En efecto, los juegos en la infancia son mucho más que mero pasatiempo. Son una cosa muy seria, valga la paradoja.
También en el trabajo hemos recurrido a los juegos, quizá sin ser siempre conscientes de que a esto se le llamara gamificación.
En mi experiencia dentro del e-learning, incluso los cursos más cerrados en cuanto a estructura y diseño admiten algún tipo de juego interactivo. Además, rara vez un cliente rechaza la idea de añadirlos si se le plantea una opción coherente, entretenida y con un objetivo educativo claro.
Tiene gracia, cuando hacemos clic en la flecha de “siguiente” y aparece un juego, por muy sencillo que sea, ninguno de nosotros se puede resistir a participar.
Hay algo curiosamente universal en los juegos. Todo usuario que al terminar el curso no ha ganado los puntos necesarios, o ha fallado el test, siente una necesidad de probar de nuevo. No importa la edad, el idioma o la cultura: todos hemos jugado a uno, y en mayor o menor medida, por placer personal o por afán competitivo, todos queremos superar la puntuación.
Los juegos de rol también son una experiencia que la mayoría aceptamos bastante bien. Resulta curioso cómo la mayoría de personas entra el proceso de asumir un personaje y participar en un contexto ajeno a él.
En educación, una crítica habitual de profesores y padres es que los deberes que se ponen a los alumnos son excesivos, repetitivos y que fomentan poco la imaginación, la creatividad o la iniciativa de la persona. Puede que eso nos suceda también a los adultos, y quizá en ocasiones tratamos de aprender o de inculcar materias de una forma demasiado maquinal, cuando podríamos dominarlas mejor con juegos.
Esto no implica que haya que descartar manuales ni métodos de aprendizaje tradicionales. Pero quizá después de leer el libro o los apuntes sea mejor realizar una actividad interactiva en lugar de pasarse varias horas con ejercicios.
Seguiremos explorando este tema.