Después de un año de uso intenso de un e-reader, en paralelo a la lectura de libros tradicionales, he concluido algunas reflexiones de tipo práctico, muy alejadas de los datos y estadísticas frías que suelen aportarse al comparar estas dos formas de lectura.
No es necesariamente más ligero
Se habla a menudo del peso de los libros. Sin embargo, he leído libros mucho más livianos que mi e-reader (382 gramos) esta temporada, como mi edición de Tentative d'épuisement d'un lieu parisien (61 gramos), de Georges Perec, Materia (160 gramos), de Gustavo Bueno o la Introducción a la dialéctica de la Naturaleza (106 gramos), de Friedrich Engels.
Su comodidad es relativa
De acuerdo, puedes llevar un montón de libros en un solo dispositivo. Sin embargo, la funda del aparato es rígida, no se dobla como las de un libro de papel. Su dependencia de la batería obliga a enchufarlo a otro dispositivo por un tiempo determinado. Viajar a larga distancia con él implica viajar también con cargador.
Y es que la gestión de libros electrónicos requiere tiempo y paciencia: hay que etiquetarlos correctamente, añadir la portada, en algunos casos convertirlos de formato, importarlos al e-reader, en ocasiones actualizar el software, que impide realizar algunas funciones hasta que no se hace. Al final, tanta flexibilidad solo implica dedicarle más tiempo. Un libro de papel solo exige un rato para comprarlo y otro para encontrarlo en la estantería.
Su precisión es restrictiva
El sistema de pasar página es mucho más farragoso que el de un libro de papel. Es más, la posibilidad de abrirlo al azar es directamente imposible.
A veces me apetece buscar por intuición, no por una marca precisa. Ojear un libro por el mero propósito de ver qué contiene requiere en un e-book varios minutos de pasar páginas una a una. Lo cual, por supuesto, elimina por completo el hábito y el placer de ojear.
Tampoco me convence la forma de subrayado o de recuperar las notas. Buscar una nota es mucho más complejo. Requiere un mínimo de dos clicks para acceder a ellas.
La localización en papel mediante marcapáginas sigue siendo mucho más rápida. Otra manera: no suelo hacerlo, pero tengo al menos tres o cuatro libros de papel con notas de post-it, que no dañan en absoluto en libro, y que permiten un acceso a líneas subrayadas mucho más rápido.
Tiene publicidad
Francamente, no me gusta encender el dispositivo y ver un recuadro en la esquina inferior derecha, siempre con publicidad de otros libros. Ya he pagado por el aparato y por los libros que leo. No quiero seguir pagando con esos banners constantes.
No me deja prestarlo
En efecto, hablamos del DRM (sobre todo del llamado DRM duro), ese ingenio maligno que me impide prestar el libro a mis amigos, guardarlo como copia privada en el ordenador por si acaso pierdo el dispositivo al que lo asocié o la cuenta de registro, que básicamente me trata como un pirata desde el momento de la compra, y que de hecho incentiva más al pirateo que a la lectura. Mientras tanto, yo presto, muevo de sitio o regalo mis libros de papel con total libertad.
Sufre desgastes
La lectura de un libro tradicional puede requerir apenas unos días o semanas, momento en que se devuelve a su estantería, a la biblioteca o al amigo que nos lo prestó. Un e-reader, después de varios meses de uso, termina bastante machacado. Irónicamente, al final el dispositivo digital termina en peor estado físico que el libro de papel.
Por supuesto, un e-reader tiene también sus ventajas. Este artículo solo trata de desmitificar una tecnología a veces mitificada, o implicada en debates a menudo demasiado polarizados. Está claro que la gente lee hoy más que nunca en la historia, y eso hay que celebrarlo.
Del modo que sea vuestra forma de leer, y ahora que se acercan las Navidades, ¡os deseamos a todos felices lecturas!