Hoy en día casi todos los productos que compramos o consumimos ofrecen información sobre su impacto en el medio ambiente. En sus envases suelen ostentar unos iconos que resumen esta información de manera simplificada y que demuestran que se han sometido a un criterio de control. Son los sellos de calidad y las certificaciones ecológicas.
Las primeras etiquetas ecológicas datan de los conflictos de petróleo de los años setenta. Fue entonces cuando muchos estados optaron por buscar alternativas limpias para salir de la crisis. A mediados de esa década, Estados Unidos promulgó la EPCA (Energy Policy Conservation Act), por la que se fomentaba la creación de programas destinados a reducir la huella ecológica de los electrodomésticos.
Las primeras etiquetas ecológicas se centraban en el ámbito de la tecnología y surgieron a principios de los años noventa. Muchos aún recordamos la famosa Energy Star que figuraba en los primeros ordenadores personales.
A finales de los ochenta surgió el sello Fairtrade, que garantizaba la producción laboral realizada mediante comercio justo.
Hoy en día las etiquetas se clasifican en tres tipos según la normativa ISO:
- Tipo I: ecoetiquetas: Los concede una tercera parte independiente e imparcial que certifica que el producto cumple criterios ecológicos.
- Tipo II: autodeclaraciones ambientales. La asigna la propia empresa fabricante, sin que haya necesariamente intermediarios, y por tanto queda bajo su responsabilidad el cumplir o no lo que promete al lucir este sello.
- Tipo III: proporciona detalles ambientales cuantitativos, que certifica una tercera parte. No hay un criterio establecido que deba seguirse. Son un listado de datos de productos según su ciclo de vida, que permite cotejar sus funciones. Sobre todo se usan para la comunicación Business to business (B2B), es decir, entre compañías.
Aunque hay demasiadas etiquetas como para conocerlas todas, sin duda resultan muy útiles para asegurarnos del impacto que tienen los productos de nuestra vida diaria. Y aunque el grado de implantación legal varía según el ámbito al que nos refiramos (existe una reglamentación europea para la alimentación ecológica, pero no para la producción textil), cuando los vemos en alguna caja o página web, al menos sabemos que vamos por buen camino.
Podemos, por ejemplo, guiarnos por ellas a la hora de comprar ropa y calzado ecológico. Esta guía muestra los principales certificados textiles, de materia prima, tecnología aplicada a producto, pruebas de resistencia, gestión de calidad, comercio justo, responsabilidad social, etcétera. Aquí hay otros cuantos
El Huffington Post resume aquí algunos sellos de agricultura, pesca y lácteos que nos podemos encontrar.
En la construcción existen unos cuantos estándares medioambientales para medir el consumo. Aquí hay unos cuantos.
Por supuesto, todo el que conduce por España ha visto cómo su vehículo se ha clasificado de acuerdo al grado de contaminación que emite.
Aunque ningún proceso de calidad es perfecto, hay que celebrar que nos hayamos acostumbrado a que la mayoría de productos o materiales con los que nos relacionamos se hayan sometido a una cierta revisión. No está de más, desde luego, aprender a reconocerlos y favorecer el consumo de aquellos que certifiquen que se han producido bajo condiciones laborales más amables con nuestro medio ambiente y con los trabajadores implicados.