En este quinto artículo sobre ciudades a las que nos iríamos a vivir sin dudarlo, hoy le toca el turno a la que podría llamarse el jardín de Europa: Copenhague.
La capital de Dinamarca no solo se ha nombrado en varias ocasiones como una de las ciudades con mayor calidad de vida del mundo, gracias a su oferta cultural, opciones de transporte, bajo nivel de delincuencia, arquitectura y diseño. Además es un centro neurálgico para los negocios y ciencia y acogen a industrias pesadas como Microsoft. Por supuesto, es una ciudad rica y próspera, y esto podrá atribuirse a lo que uno quiera: algunos dirán que se debe a políticas capitalistas, otros que a su eficiente gestión pública, elevados impuestos (que la ciudadanía exige), escasas diferencias sociales, baja corrupción y quizá, haber mantenido su moneda, la corona, frente al euro.
Debates políticos aparte, Copenhague bien se merece la medalla de ciudad inteligente. Vamos a ver por qué.
La historia de la ciudad siempre se ha asociado al consumo inteligente. Se sabe que más de la mitad de los ciudadanos van al trabajo o escuela en bicicleta. En su origen, esto se debe a la crisis internacional del petróleo de 1973, que incrementó los precios del crudo. Lejos de enrocarse en el transporte en coche, el país decidió que aquella crisis era una oportunidad para desarrollar la movilidad en bicicleta en una urbe casi totalmente lisa.
A la necesidad social, el Estado intervino para facilitar las cosas. Los automóviles recibieron más carga de impuestos y se instaló un sistema vial para bicicletas muy completo, que incluye hasta semáforos específicos para ellas. Hoy Copenhague cuenta con una red de carril bici de más de 350 kilómetros y se ven más bicicletas que coches. En invierno se limpian antes de nieve los carriles bici que las carreteras y existe un servicio oficial de alquiler de bicis, Bycyclen. No es de extrañar que Copenhague (nombrada Capital Verde Europea 2014) fuera la primera ciudad del mundo en peatonalizar las calles del centro urbano.
En cuestiones de reciclaje, Copenhague también aprueba con nota: el 90% de sus desechos se recicla, y lo que no puede reciclarse se incinera en plantas conectadas a sistemas de calefacción que aprovechan el calor de ese consumo para abastecer a los hogares.
Copenhague mantiene un compromiso profundo respecto a sus emisiones de dióxido de carbono. La ciudad redujo un 20% sus emisiones entre 1998 y 2012, pese a que su población ha crecido un 7% en el mismo tiempo. Pero eso solo ha sido el principio.
La capital danesa anunció hace poco su intención de ser la primera ciudad del mundo neutral en carbono en 2025. Es decir, comprometida con no emitir nada de CO2. Para lograrlo se han planteado tres vías complementarias: apostar por energías renovables, mejora en la eficiencia energética y reducir el consumo y movilidad basado en combustibles fósiles.
En datos concretos, Copenhague ha previsto setenta proyectos distintos en la ciudad, y medio millar en todo el país, incluyendo planes de resiliencia antes el cambio climático.
A la hora de actuar, el gobierno observó un reto pendiente: las islas de calor que genera el hormigón en entornos urbanos. Y dio con la solución: los techos verdes. Todos los tejados con menos de treinta grados de inclinación deben instalar, obligados por la ley, cubiertas verdes, tanto en construcciones municipales como civiles. Gracias a este plan climático, la ciudad presume ya de doscientos mil metros cuadrados de cubiertas ajardinadas.
El beneficio más lógico de esta medida es que la vegetación depura el aire y mejora su calidad. Además, ahorra energía gracias al aislamiento térmico, reduce emisiones de CO2 y protege al edificio de la contaminación acústica.
Más ventajas: Copenhague es una ciudad muy lluviosa y a veces el sistema de alcantarillado se colapsa. Los techos verdes retienen entre el 50% y el 60% de las precipitaciones, lo que previene inundaciones y de propina contribuye al ahorro de agua. Pero hay más, porque las plantas filtran los contaminantes y metales pesados del agua de lluvia. Así que los techos conservan la vida del techo y por extensión la de todo el edificio.
Seguimos: estos techos permiten el cultivo de frutas, verduras y flores, y además de otorgar a la ciudad una singular belleza, constituyen un refugio para muchas especies animales.
El tipo de vegetación que se instala depende de la cubierta. Las extensivas suelen ser césped o musgo, que son baratas, poco profundas y requieren poco mantenimiento. Las intensivas, orientadas a crear jardines y parques, se forman con vegetación de tipo arbusto o árbol, pesan más y tienen un coste superior.
Además de esta iniciativa pública, el Gobierno incentiva a los ciudadanos a instalar huertos urbanos.
El barrio modelo del plan ecológico de Copenhague es San Kjeld. Esta zona portuaria ubicada en el distrito de Østerbro pronto será 100% sostenible. Además, su urbanización está experimentando cambios que van a hacer la vida de sus vecinos más agradable, ya que van a reducir el tráfico de automóviles para concedérselo a cafés y restaurantes, al tiempo que aumentan un 20% el espacio para peatones y ciclistas.
Si con todo esto no te entran ganas de mudarte a Copenhague, nos rendimos. O más bien te emplazamos a la próxima entrega de nuestros artículos de ciudades inteligentes, donde seguiremos buscando esos lugares donde la ciencia, la tecnología y el urbanismo se dan la mano para crear las ciudades del siglo XXI.