A principios de 2015, Google anunció que dejaba de producir la actual versión de Google Glass y que mantendría en secreto la evolución del producto. La compañía del buscador seguirá interesada en su desarrollo, pero lo cierto es que Babak Parviz, creador del dispositivo, ha dejado la compañía para irse a Amazon.
Se ha debatido mucho sobre el por qué de este fracaso. Hay varias razones. Primero, el que Google sacara una versión beta demasiado pronto, actitud impropia en ellos, que mantienen el resto de proyectos de su laboratorio Google X bajo el más estricto secreto. Estas gafas aparecieron como algo en desarrollo, con la espera, un tanto comodona, de que los fans añadiesen mejoras. Así, se dio el caso de que ni siquiera contaban con un sistema de bloqueo, igual que tiene cualquier teléfono para proteger el contenido en caso de robo.
Otra crítica se refería a la verdadera utilidad del producto. Sí, podía conectarse a internet, grabar vídeos, hacer fotografías… pero no lo hacía mejor que cualquier otro dispositivo al alcance de los usuarios.
Aún mayor inconveniente fue el problema de la privacidad. Grabar videos sin que nadie se de cuenta puede resultar molesto, y en muchos ámbitos privados se ha prohibido llevarlas. Algunos países, sobre todo de Europa oriental, las consideraron ilegales, cuando no herramientas de espionaje en toda regla.
Quizá el fallo del dispositivo sea lo conspicuo que resulta. Estamos rodeados de tecnología, pero sabemos cuándo otra persona los utiliza. No es solo una cuestión legal, sino de sencilla comunicación humana. No debe ser muy agradable el estar hablando con alguien mientras te preguntas si te está escuchando o está más atento a las notificaciones de correo y redes sociales que están surgiendo en la esquina del cristal de las gafas. Al menos, cuando uno comprueba un mensaje en el móvil, para los demás no hay duda de lo que está haciendo.
Es la extrañeza, para mí, lo que ha matado a las Google Glass. Las gafas de realidad virtual de Oculus son feas y raras, pero la experiencia es tan inmersiva que importa poco lo que esté haciendo el resto del mundo. El propósito es sumergirse en el videojuego o la animación en la intimidad de una habitación. Nadie las llevaría para ir por la calle. Tal vez Google Glass se reinvente para trabajos específicos en que relacionarse con otros no sea lo prioritario, pero eso las dejará fuera del gran mercado global al que todos los wearables aspiran.
Desde luego, si el invento no ha cuajado no ha sido por inconvenientes de diseño o comodidad: el último modelo de Google Glass pesaba menos que unas gafas de sol corrientes. En cuanto a lo raro que se ve uno con ellas, se puede decir que el usuario es bastante flexible respecto a esto. Nos hemos acostumbrado a una primera generación de teléfonos móviles cada vez más pequeños y luego a smartphones cada vez más grandes. Hemos pasado de comprar compulsivamente el iPhone 6 a preocuparnos ahora por las pulseras y smartwatches. Google Glass hasta contaba con la colaboración de diseñadores de moda de Ray-Ban para hacerlas más atractivas.
No tiene que ver con eso sino cómo interactuamos las personas entre nosotros y con la tecnología. Casi se podría decir que es una cuestión de educación. Lo cual no tiene nada de malo. Con el ritmo de implantación de la tecnología, hay que inventar casi sobre la marcha protocolos de etiqueta. Solo con el tiempo se ha aceptado como un gesto de mala educación el hacer sonar música del teléfono a todo volumen en el transporte público, o consultar el teléfono a cada rato en una comida o cena, igual que en los primeros años de los chats se decidió algo tan abstracto como que escribir en mayúsculas equivalía a hablar a gritos. El uso de Google Glass, de haberse implantado en la sociedad, tal vez hubiera encontrado su camino en la etiqueta social antes o después, pero lo veo difícil. No es lo mismo abrochar un dispositivo a la muñeca que ponerse algo en la cara.
Hay que reconocerle a Google la valentía de dar el primer paso, y de lograr una evolución espectacular en apenas tres años, de un prototipo abigarrado y rebosante de cables digno de la mejor novela cyberpunk al estilizado modelo en que ha terminado sus días.
No cabe duda de que algo parecido a Google Glass llegará muy pronto y será comúnmente aceptado. Para ello tendrá que seguir el mismo proceso que otros productos: ofrecer algo que funcione, que marque la diferencia y que no fuerce demasiado las reglas del contrato social de la gente. Todo lo demás (publicidad, moda, diseño) viene después.
Fuente: Technology review